Poco me gustaba hablar con mi padre acerca de los caídos en combate, para mi eran héroes y respetaba la causa por la que habían caído, pero recordar la forma en que lo habían hecho, era como remover viejas heridas en mi padre y un sentimiento de impotencia que yo misma pude experimentar, durante la invasión norteamericana a Panamá en 1989, al ver caer a compañeros, conocidos y amigos, y allí finalizaba nuestra conversación, era como una relación de silencio de miradas era como un idioma que yo comprendía, entonces me levantaba y me retiraba, sin embargo un día si le insistí que me hablara del Coronel Fernández Domínguez, ya que de pronto por el yo sentía una admiración especial, transmitida tal vez por su hija Oleka a quien conocí en 1980 cuando cientos de jóvenes de diferentes países apoyamos con la reconstrucción de Nicaragua, tras el triunfo de la revolución sandinista de 1979.
Mi papa califico a
Fernández Domínguez; como un hombre honesto y muy brillante, quizás el más preparado en el movimiento constitucionalista,
incluso fue considerado como el ideólogo de la revolución.
“Su muerte enluto nuestro movimiento el callo en la
avenida 30 de marzo durante al asalto al Palacio Nacional, junto a él cayeron
también Ilio Capochi, instructor de los rana, Juan Miguel Román, Morillo, líder catorcista, entre otros muchos
más, Fernández Domínguez había sido
nombrado Ministro de Interior y Policía en el Gabinete designado por el
Gobierno Constitucionalista presidido por el Coronel Francisco Alberto Caamaño
Deñó, logró entrar al país después de varios intentos, el día 14 de mayo de
1965 mientras se realizaban negociaciones entre el gobierno constitucionalista
de Caamaño y los representantes de las fuerzas estadounidenses que habían invadido el
país. El 19 de mayo de 1965, cuando murió en la avenida San Martín, en la
intersección con la calle Abreu, llevaba cinco días en el cargo. No fue sino
hasta entrada la noche que pudimos rescatar sus cuerpos, debido al intenso
tiroteo por parte de las tropas yankee, su cuerpo fue llevado al edificio
Copello sede del gobierno constitucionalista en la calle El Conde, su cadáver
permaneció allí en capilla ardiente por varias horas ante la mirada atónita de
los compañeros”. Puntualizo mi padre dejando tras de esa conversación un
silencio profundo, era como si estuviera viviendo una vez más ese episodio de
su vida. Su relato para mí fue tan
impactante que mi propia pluma no puede expresar todo lo que me transmitió mi
papa en nuestro dialogo sobre ese fatídico 19 de mayo.
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